viernes, 25 de julio de 2008

Alberto Barrera Tyszka

Sobre "Historia de un encargo", de Gustavo Guerrero.

Alberto Barrera, premio Herralde 2006 y amigo de Pilar Dublé, escribe sobre el libro "Historia de un encargo", del autor Gustavo Herrero, donde se afirma que un tercer escritor, Marcos Pérez Jiménez, encargó en su día a Camilo José Cela escribir un libro (La Catira) que pretendía ser un modelo de venezolanidad.



Gustavo Guerrero no sólo ha escrito un libro magnífico sino también providencial, atento a la inquietud de los tiempos

Guillermo Cabrera Infante aseguraba que, en la antigua Atenas, Herodoto cargaba con la fama de ser "el rey del chisme". Más allá de la vocación maledicente del escritor cubano, a mí me resulta de lo más natural que al padre de la historia se le acuse de ser un chismoso trepidante. Ahí respira uno de los desafíos de cualquiera que desee asomarse seriamente al pasado: cómo manejar todas las versiones, las casi infinitas habladurías, de lo que supuestamente es –o debe ser– una sola historia. En la tradición de este reto se inscribe un libro que acaba de aparecer en nuestra librerías: Historia de un encargo... Su autor, Gustavo Guerrero, ha conseguido algo muy difícil en este país: ordenar un rumor. Organizar y darle sentido, por fin, a un viejísimo chisme nacional.

En la década de los cincuenta, el entonces joven autor español Camilo José Cela escribió una novela, bajo el encargo y el patrocinio del dictador Marcos Pérez Jiménez.

El libro se llamó La Catira y se trata, según apunta el ensayista, de "la novela más aparatosamente venezolanista que se haya escrito jamás". A partir de este cuento, Gustavo Guerrero se hunde en una investigación, que combina de manera extraordinaria el ensayo y el periodismo, la crónica literaria y el ansia detectivesca. No en balde, acaba de ganar, en España, el prestigioso Premio Anagrama de Ensayo.

La Historia de un encargo..., sin duda, desarrolla el mejor y más completo registro de lo que, hasta ahora, era una diáspora de documentos, datos, testimonios sueltos, correspondencias...sobre la aventura venezolana del Premio Nobel Camilo José Cela. Pero no se queda ahí. Gustavo Guerrero construye una mirada que busca ir más allá, incluso, de la escaramuza, de la polémica, del oportunismo del escritor gallego. El libro aprovecha, en todos sus aspectos, la experiencia editorial de La Catira para realizar una lectura cultural e ideológica del proyecto de la "hispanidad", de la relación entre dos proyectos autoritarios que buscaban – cada quien a su manera y desde sus propios intereses– imponer un particular consenso cultural.

Antes de leer el libro, yo especulaba sobre su pertinencia, pensando sobre todo en las relaciones entre los escritores y el poder. El caso de Cela y su relación impúdica con las dictaduras de Francisco Franco y de Marcos Pérez Jiménez aparecía ante mis ojos como una posibilidad para reflexionar y dibujar preguntas: cuándo, cómo y por qué un escritor pone su talento al servicio de una causa, somete su creatividad personal a los objetivos de una misión extra literaria.

Después de leer el libro, entendí que la inteligencia ensayística de Gustavo Guerrero había sabido aprovecharse de este primer suspenso para ir también hacia preguntas todavía más hondas, hacia las dudas que aún nos rondan alrededor de temas como "identidad", "nacionalidad", "venezolanidad"... Guerrero quiere llevarnos al interior de esa novela, donde de pronto se juntaron el nacionalismo perezjimenista y el ideal hispánico franquista, con la intención de postular, a partir de la certeza de una lengua común, un artefacto inverosímil, una imagen de país donde todos debíamos identificarnos, reconocernos.

Una de las maravillas de este libro es, justamente, su capacidad de hablar de nosotros, de nuestro tiempo, sin nombrarnos directamente.

La pretensión –deliberada o no– de borrar cualquier alteridad con un discurso epopéyico y emocional tiene mucho que ver con el presente, con lo que somos hoy día. Cuando Gustavo Guerrero investiga el empeño de Laureano Vallenilla Lanz (padre) por definir la llaneridad como mito fundacional de Venezuela, pareciera que está reflexionando sobre nuestra propia experiencia actual, pareciera que estamos leyendo un lúcido ensayo sobre la construcción de otro nuevo consenso, de otro nuevo "ideal nacional", menos hispánico tal vez, más bolivariano, probablemente, pero con las mismas pulsiones totalizadoras, con la misma tentación de ser un himno.

Gustavo Guerrero no sólo ha escrito un libro magnífico sino también providencial, atento a la inquietud de los tiempos. Tal vez, ahora, muchas otras "catiras" vengan de regreso, deseando convertirse en un nuevo consenso cultural, en imágenes de una nueva venezolanidad. Es la mayúscula del poder tendiéndose sobre la diversidad.

Y frente a eso vale la pena recordar unas frases de otro escritor cubano, Gustavo Pérez Firmat, cuando dice: "La latinidad es un escenario donde Jennifer López malamente baila un mambo que no lo es.

Por eso cuando me dice latino, respondo la tuya".

Isaak Babel

"Cuentos de Odessa"

Evocado por Carlos.

Traigo un fragmento de “Cuentos de Odessa” un libro de cuentos de Isaak Babel, con la mafia judía en Odessa como tema principal. Como saben ustedes, el autor fue un escritor judío mimado por Máximo Gorki, quien le aconsejó darse un voltio por la vida, para tener experiencias y, así, algo de lo que escribir; nuestro hombre se alistó en la caballería cosaca, donde sirvió como soldado en 1920. Aquella aventura se tradujo en su obra más conocida: “La Caballería Roja”. Babel cayó en desgracia y el régimen estalinista lo metió en un campo de concentración, del que nunca salío.



«El entierro tuvo lugar a la mañana siguiente. Puede preguntar por aquel entierro a los mendigos del cementerio. Pregunte también a los criados de la sinagoga, a los vendedores de aves o a las ancianas del segundo asilo. Entierro como aquél no lo había visto aún Odessa ni lo verá el resto del mundo. Los guardias municipales lucieron aquel día guantes de hilo. En las sinagogas, cubiertas de verdor y abiertas de par en par, ardía la electricidad. Sobre los caballos blancos que tiraban de la carroza se balanceaba un negro plumaje. Sesenta cantores abrían el cortejo. Los cantores eran niños, pero cantaban con voces femeninas. Los jefes de la sinagoga de los vendedores de aves conducían del brazo a la tía Pesia. Tras los jefes iban los miembros de la sociedad hebrea de dependientes de comercio, y a continuación, los abogados, los doctores en medicina y las enfermeras-comadronas. A un lado de tía Pesia se encontraban las gallineras del Mercado Viejo; al otro lado, las respetables lecheras de Bugaievki envueltas en anaranjados chales. Esas mujeres pisaban con la firmeza de los gendarmes en la revista de un día de fiesta nacional. Sus anchos muslos exhalaban aromas de mar y de leche. Detrás de todos, seguían desmadejadamente el cortejo los empleados de Rubim Tartakovski. Eran cien personas, o doscientas, o dos mil. Llevaban levita negra con solapas de seda, y botas nuevas que gruñían como lechones en un saco».

jueves, 3 de julio de 2008

Luis Britto García

La foto


Evocado por Majo


Era color sepia pero la copia actual, ampliada, es gris y hasta cierto punto brumosa. De izquierda a derecha, en primera fila, sentados: joven de mirada profunda y cabellos con gomina, camisa manga corta y pantalones a rayas; a su lado, joven flaco con grandes entradas, las manos sobre las rodillas, el cordel de un zapato desatado; a su lado, joven parecido a Ramón Novarro, mejillas chupadas y un paltó doblado sobre las piernas; a su lado, joven con lentes redondos, montura metálica, peinado con la raya en el medio, un peine en el bolsillo de la camisa; a su lado, joven con mirada de desnutrido que parece estar observando las nubes o deslumbrado por el sol del patio de la prisión, y de él llama la atención ese gesto y no la ropa que tiene o cómo es su cara; a su lado, joven con bigotes y corbata de lacito y camisa a rayas grises; a su lado, una pierna doblada y la otra extendida, joven gordinflón, con el aire de quien acaba de caer sentado. Agachados: joven que sonríe, joven que está serio, joven que mira con intensidad, joven que parece aburrido, joven que mira a la derecha, joven que pone gesto trágico, joven a punto de dejar de ser joven. Parados: joven con las manos cruzadas sobre el pubis, joven con los brazos cruzados sobre el pecho, joven con los brazos a la espalda, joven con los brazos caídos, joven con los brazos en los bolsillos, joven que sostiene un paltó en el brazo, joven con la mano derecha en el hombro izquierdo. La ropa, se ve muy ajada, quizá por lo pasada de moda, quizá porque la foto fue tomada a la semana de estar presos y no dejaban pasar envíos de ropa limpia desde afuera. No se nota ningún detalle del patio del cuartel.

De izquierda a derecha, el tercero, parado, fue el del discurso que después le dirían fogoso, tenía cosas como aquí está la juventud y cumplimos con el llamado, a él lo pusieron preso por decirlo y a los demás porque aplaudieron, tres meses después lo botaron del país pero al fin llegó a Ministro. El primero, sentado, dos años más tarde murió de un tiro de fusil al tratar de cruzar la frontera disfrazado de peón. El tercero, segunda fila, fue el que compartió con el Presidente la comisión de cincuenta millones que los norteamericanos pagaron para tener más concesiones petroleras que los ingleses. El cuarto, primera fila, estuvo preso otra vez durante la dictadura, pasó en eso varios años, después fue Ministro de Relaciones Interiores y participó en la desaparición del estudiante Alberto Méndez, cuyo cuerpo fue horriblemente mutilado, etc. El segundo, primera fila, fundó publicaciones humorísticas y murió de hambre. El quinto, tercera fila, fue el tronco de abogado que le gestionó a los americanos las concesiones del hierro. El cuarto, segunda fila, era marico. El séptimo, primera fila, nadie se acuerda quien era.

En cuanto al tercero, primera fila, participó en la gran venta de inmuebles de propiedad pública y después se descubrió que él actuaba a la vez como abogado de la Nación y de la empresa compradora. El quinto, segunda fila, fue llevado al Consejo de Ministros para que pusiera la fuerza hidroeléctrica de Guayana en manos de la familia Umeres. El sexto, primera fila, montó la empresa constructora que acaparó los contratos de obras públicas mientras era Ministro el séptimo, segunda fila, que era propietario del noventa por ciento de las acciones. El quinto, primera fila, compró en cien mil bolívares su nominación como diputado por el gran partido popular y vendió su voto en tres millones cuando se discutía la reforma tributaria.

El segundo, tercera fila, llegó a Presidente e hizo respectivamente, matar, encarcelar y expulsar del país, al primero, segunda fila, primero, tercera fila, segundo, tercera fila, y sexto, primera fila. El cuarto, tercera fila, se puso de acuerdo con el sexto, misma fila -para entonces Ministro-, se hizo expropiar sus haciendas por el cuádruplo de su valor y ahora es banquero. El sexto, segunda fila, anda con un cáncer en la próstata. A la hija del tercero, primera fila, yo me la cogí.

La foto está cada día peor y la gente se parece menos. La publicaron primero en el Libro Rojo de la Subversión , y después ha ido dando tumbos hasta aparecer en Memorias de una Vida Política, que el cuarto, primera fila, escribiera en Antibes. Por aquí y por allá, sobre una que otra cabeza, hay crucecitas, y a veces hay dos cabezas muy juntas y no se sabe de quién es la crucecita.

El mundo da muchas vueltas.